Profundización de la formación

Un avivamiento eucarístico que renueva la Iglesia: Parte II

Como señalé en mi columna anterior, con su carta sobre la formación litúrgica, “Desiderio desideravi”, el papa Francisco ha hecho una contribución única al renacimiento eucarístico de tres años lanzado por los obispos católicos de Estados Unidos.


Al mostrar el vínculo entre la fidelidad de la Iglesia a la misión de Cristo y la celebración de la liturgia, el Santo Padre invita “a toda la Iglesia a redescubrir, a salvaguardar y a vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana, (no sea que) la belleza de la celebración cristiana y sus consecuencias necesarias para la vida de la Iglesia… se estropeen por una comprensión superficial y escueta de su valor o, peor aún, por su explotación al servicio de alguna visión ideológica, sea cual sea el matiz”.

mujer rezando

Esta preocupación no es nueva


Su preocupación ante una comprensión superficial de la liturgia que desconecta nuestro culto de la misión de la Iglesia no es nueva. El papa Pío XII advirtió que la liturgia no puede entenderse sólo como “un ceremonial decorativo… [o] un mero conjunto de leyes y de preceptos… que… ordena el cumplimiento de los ritos” (“Mediator Dei”). También los obispos reunidos en el Concilio Vaticano II, hace 60 años, dejaron claro que el objetivo de las reformas litúrgicas no era modernizar cosméticamente nuestro culto.


Más bien, como todas las reformas del Vaticano II, los objetivos eran “acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia” (“Sacrosanctum Concilium”).


El punto de partida de la renovación prevista por el concilio fue la promoción de la participación plena, activa y consciente de todos los bautizados en toda la amplitud de la vida eclesial, incluida la liturgia. Sería necesario involucrar a todos los miembros para que la Iglesia respondiera a los retos precisos a los que se enfrentan los creyentes y toda la humanidad.

Contexto histórico


Considere el contexto histórico de la decisión del Papa San Juan XXIII de convocar un concilio, y los retos contemporáneos a los que se enfrenta la Iglesia. Cuando Angelo Roncalli fue elegido papa en 1958, la humanidad del siglo XX estaba profundamente dividida, habiendo sufrido una pandemia mundial y una depresión económica.


Del mismo modo, los cristianos, especialmente en Europa, expresaron dudas sobre el significado de su fe tras dos guerras mundiales libradas en su mayor parte por “naciones cristianas”. La gente se preguntaba si la fe y la religión importaban realmente, ya que el Evangelio de Cristo, el Príncipe de la Paz, predicado y celebrado entre estos pueblos durante casi dos mil años, parecía tener poco impacto en estas “naciones cristianas”. Asimismo, muchos fieles expresaban su preocupación por el hecho de que el único momento en que la Iglesia parecía comprometerse con el mundo era para ofrecer críticas o condenas.

Luz para todas las naciones


Para que la Iglesia sea una “luz para las naciones” creíble, todos sus miembros deben asumir su responsabilidad de construir la solidaridad dentro de la familia humana y de llegar a ella con amor y preocupación. Los obispos del concilio expresaron esta nueva visión del papel de cada uno de los bautizados y de la Iglesia al dirigirse al mundo moderno: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (“Gaudium et Spes”).

Sacerdote elevando la Eucaristía

El papa Francisco da nueva vida a los esfuerzos del concilio al recordarnos que la liturgia es la escuela en la que aprendemos y somos capacitados para asumir la misión de Cristo como miembros del cuerpo de Cristo. Es precisamente en nuestro culto donde nos renovamos continuamente en nuestra llamada bautismal a participar en la obra de Cristo para salvar al mundo.

Como observa el Papa en “Desiderio desideravi”: “la celebración litúrgica nos libera de la prisión de una autorreferencialidad alimentada por la propia razón o sentimiento: la acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia, a la totalidad de los fieles unidos en Cristo. La Liturgia no dice ‘yo’ sino ‘nosotros’”.

‍La liturgia también sirve de antídoto contra la presunción de que podemos salvarnos a nosotros mismos: “Participar en el sacrificio eucarístico no es una conquista nuestra”, sigue Francisco, “como si pudiéramos presumir de ello ante Dios y ante nuestros hermanos. El inicio de cada celebración me recuerda quién soy, pidiéndome que confiese mi pecado e invitándome a rogar a la bienaventurada siempre Virgen María, a los ángeles, a los santos y a todos los hermanos y hermanas, que intercedan por mí ante el Señor”.

Aquí radica nuestra comprensión del misterio que implica nuestro culto. Cristo no sólo nos salva, sino que nos invita a unirnos a él para lograr la salvación del mundo. El Papa Francisco tiene más cosas que decir sobre el sentido del misterio, que algunos afirman que hemos perdido con las reformas litúrgicas, que retomaré en mi próxima columna.