¿Por qué son tan largas las homilías? Para responder a esa pregunta, empezamos por darnos cuenta de que no siempre entendemos perfectamente la Palabra de Dios cuando la leemos por primera vez. Siempre que leemos un pasaje bíblico, debemos preguntarnos: "¿Qué está diciendo Dios aquí?". A veces es bastante fácil escuchar a Dios; otras, no tanto. A veces, la lectura de la Biblia puede responder a preguntas que tenemos; a veces, la lectura sólo parece traer más preguntas. Reconocemos humildemente que comprender todo sobre Dios y sobre nosotros no siempre es superfácil. Así que, con humildad, nos damos cuenta de que necesitamos ayuda. Ahí es donde entran los predicadores de la Palabra, a quienes se les ha concedido una gracia especial para ayudar al pueblo de Dios a comprender mejor su comunicación con nosotros. Con años de oración y estudio, algunos predicadores pueden convertirse en recursos increíbles, como el cardenal Newman, ¡que era conocido por predicar una media de hora y media en cada sermón!
En la homilía, el obispo, el sacerdote o el diácono se esfuerzan por ayudarnos a escuchar lo que Dios dice. Intentamos explicar la Escritura y aplicarla a nuestras vidas en el ámbito local. Como dijimos la última vez, de lo que se trata es de acercar cada corazón de la congregación a Jesús. Esto es realmente importante: el sacerdote busca cada corazón. Por eso a veces la homilía se centra en algo que ya sabes, haces o crees; por eso la homilía no siempre coincide perfectamente con lo que estás pensando. Como hay mucha gente en los bancos con diferentes antecedentes y experiencias, predicar una homilía que se dirija directamente a todos puede ser un poco complicado. ¿Te has dado cuenta de que a veces el predicador dice lo mismo de dos maneras diferentes? Es una forma de ayudar a que diferentes personas entiendan el mismo mensaje.
Pero no nos equivoquemos: la homilía no es sólo el predicador tratando de ayudar a la gente a entender el mensaje de Dios para nosotros. Una de las partes más importantes de la homilía implica a todos los que se sientan en los bancos: todos están invitados a escuchar con el corazón abierto. Se anima a cada uno a seguir la homilía en su corazón, asimilando lo que es útil y estando atento a las verdaderas necesidades del corazón. Si creemos que Dios actúa a través del clero ordenado que predica, siempre habrá algo en la homilía para nosotros; sólo tenemos que escucharlo.
Otra parte importante de la escucha de la homilía es la apertura al desafío. Si pensamos que ya lo sabemos todo (o lo suficiente), nuestros corazones no estarán preparados para recibir el mensaje que Dios nos da a través del predicador. Tenemos que estar dispuestos a admitir que no lo sabemos todo y que no siempre lo entendemos todo a la perfección. Escuchar la homilía requiere cierta humildad. Recuerdo a una de las profesoras del seminario de Mount St. Mary, la hermana Joan, que llevaba décadas escuchando homilías, día tras día, incluso miles de diáconos del seminario que aún estaban aprendiendo. Aunque sabía mucho más que nosotros, aunque a veces parecía que estábamos poniendo a prueba su paciencia, siempre estaba allí, en primera fila, dispuesta a escuchar con atención. ¡Qué gran humildad! El predicador también necesita esa misma humildad, por eso decíamos antes que se esfuerza al máximo. Recuerda que, cuando oigas algo desafiante, el predicador tiene el deber de proclamar la verdad, y quizá pueda ser Dios quien te esté llamando a acercarte a su corazón a través de las propias palabras del predicador.
Dicho esto, todos sabemos que la homilía a la congregación no siempre es un espectacular pase de touchdown. A veces estamos distraídos o cansados. A veces esperamos que el predicador hable de algo de las lecturas que nos interesa, pero no llega a ello. En cualquier caso, el Señor sólo nos pide que nos esforcemos por escuchar de verdad, sabiendo que allí habrá algo que nos ayudará. Y cuando ese asiento de madera empiece a resultarte un poco duro, piensa en la gente de antaño que escuchaba las homilías durante horas y horas y recuérdatelo a ti mismo: "¡Vaya, ya casi es la hora del Credo y de las oraciones de los fieles!".
1. Ora con el relato del diácono Felipe y el eunuco etíope en Hechos 8:26-40. 2. Al concluir tu oración, da gracias por aquellos ministros ordenados que nos ayudan a entender y responder a la Palabra de Dios en las Escrituras.
2. Ayúdate a participar en la homilía de la Misa enfocando esta parte de la Liturgia como una búsqueda del tesoro o un "juego" del "escondite". ¿Qué mensaje te ha escondido el Señor Jesús en esta homilía?