"En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén". Una vez terminado el himno o antífona de entrada al comienzo de la Misa, hay un gesto familiar que hacemos en cada Misa y frecuentemente con nuestras oraciones: hacemos la Señal de la Cruz. ¿Por qué? Como escribe el Dr. Edward Sri, "La Señal de la Cruz no es simplemente una forma de comenzar a rezar. Es en sí misma una oración poderosa que está destinada a derramar tremendas bendiciones sobre nuestras vidas. Cuando nos persignamos... entramos en una tradición sagrada que se remonta a los primeros siglos del cristianismo, cuando este ritual se consideraba una fuente de poder y protección divinos. Al hacer esta señal, invocamos la presencia de Dios y le invitamos a que nos bendiga, nos asista y nos proteja de todo mal. No es sorprendente que los primeros cristianos hicieran la Señal de la Cruz con bastante frecuencia, deseando aprovechar el poder que había en ella"(Un paseo bíblico a través de la Misa, p. 17).
Sri cita a continuación al antiguo escritor cristiano Tertuliano (160-225 d.C.), quien dijo: "En todos nuestros viajes y movimientos, en todas nuestras entradas y salidas, al calzarnos, en el baño, en la mesa, al encender nuestras velas, al acostarnos, al sentarnos, en cualquier empleo que nos ocupe, marcamos nuestra frente con la Señal de la Cruz"(Un paseo bíblico a través de la Misa, p.17-18).
Puesto que utilizamos la Señal de la Cruz con tanta frecuencia, es importante recordar el gran significado que tiene. El gesto en sí nos remite a la Cruz de Jesús -nos recuerda su sacrificio salvador-, el lugar donde Jesús lo dio todo por amor a nosotros para vencer el pecado y la muerte. Las palabras que pronunciamos nos recuerdan que hemos sido introducidos en la vida de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es importante notar que rezamos "en el nombre" y no "nombres". Rezar en el singular "nombre" nos recuerda que Dios es Un Dios en Tres Personas. Además de recordarnos la Trinidad y la Cruz de Cristo, la Señal de la Cruz también nos recuerda nuestro Bautismo, cuando fuimos introducidos en la familia de Dios y se nos dio una participación en la vida de Dios: ¡somos literalmente bautizados "... en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo"! Se nos recuerda que el Padre nos amó tanto que envió al Hijo para salvarnos y que el Espíritu Santo fue enviado para guiarnos en nuestro camino a casa, al cielo. Es mucho significado para una pequeña acción que sólo dura un par de segundos.
Cuando pienso en la Señal de la Cruz, una de mis meditaciones favoritas es imaginar cómo se ve cuando Nuestra Santísima Madre María la hace. Recuerdo haber oído una historia sobre cómo Santa Bernadette a veces comentaba a las otras hermanas que sus signos de la Cruz necesitaban más reverencia. Siempre me impresionó la idea de que Santa Bernardita viera a la Madre María hacer la Señal de la Cruz mientras seguía las cuentas del Rosario (durante la aparición de Nuestra Señora a Santa Bernardita en Lourdes). Debió de impresionarla mucho. Aunque por ahora tengamos que imaginar esta escena, podemos repasar los pasos clásicos para hacer la Señal de la Cruz en el Rito Romano: usando la mano derecha y tocando la frente (diciendo: "En el nombre del Padre"), la mitad del pecho (diciendo: "y del Hijo"), el hombro izquierdo (diciendo: "y del Santo"), y el hombro derecho (diciendo: "Espíritu. Amén").
Como casi todo en nuestra vida, la repetición frecuente de la Señal de la Cruz puede a veces disminuir nuestra atención a lo que estamos haciendo y a lo que significa. Sin embargo, como hemos señalado, la Señal de la Cruz es una oración increíblemente poderosa y un gesto lleno de significado. La próxima vez que empieces una oración o estés en Misa, te invito a que hagas una breve pausa y hagas de la Señal de la Cruz una verdadera oración de corazón. Tal vez imagina cómo era cuando la Madre María, Santa Bernadette o uno de los santos la hacían. Considera la posibilidad de mover la mano y decir las palabras más despacio. Piensa en el amor que Jesús te tiene mientras trazas la forma de la cruz. Da gracias a Dios por haberte hecho partícipe de la vida de la Trinidad a través del Bautismo. ¡Qué regalo tan lleno de gracia es la Señal de la Cruz!
1. Reflexiona sobre las palabras de San Pablo a los Gálatas: "Pero que nunca me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo" (Gal. 6, 14). ¿En qué sentido es la Cruz de Cristo un motivo para "vanagloriarse"? Considera tu relación actual con las cosas de este mundo. ¿Qué puede necesitar ser crucificado en ti para que Dios pueda reinar más plenamente en tu vida? Lleva este reto a la oración la próxima vez que te persignes.
2. ¿Cómo te sientes cuando te haces la Señal de la Cruz? ¿Confiado, tonto, otra cosa? San Pablo explica que "el mensaje de la cruz es locura para los que se pierden, pero para los que se salvan es poder de Dios" (1 Co 1,17) y que Jesús "soportó la cruz, menospreciando su oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios" (Hb 12,2). Recuerda los aspectos de tu vida en los que te sientes insensato o impotente, e invoca el poder del nombre de Dios haciendo la Señal de la Cruz.
3. ¿Conoces o trabajas con algún niño que aún no sepa hacer la Señal de la Cruz? Transmite la fe mostrando a otro cómo hacer la Señal de la Cruz con oración y reverencia.