Profundización de la formación

¿Te cuesta rezar? Sigue el consejo de los santos

Hay muchas definiciones de la oración, pero todas apuntan a una cosa: el amor. La oración es una relación que tiende a una unión cada vez más estrecha con la persona amada. En su Catecismo sobre la oración, San Juan Vianney utilizó una imagen sorprendente para describir la unión que se produce en la oración: "La oración no es otra cosa que la unión con Dios.... En esta unión íntima, Dios y el alma se funden como dos trozos de cera que nadie puede separar jamás".

Aunque no existe una técnica secreta para rezar mejor, hay una sabiduría que los santos conocían bien: reza como puedas, confía en el amor incondicional de Dios y da el siguiente paso para profundizar en tu relación con Dios.

Si tienes problemas con la oración, sé amable contigo mismo. Recurre a los consejos de estos cinco santos para volver a rezar.

Primer plano en blanco y negro de una mujer con un rosario en la mano.

Cuando te quedas dormido mientras rezas

Santa Teresa de Lisieux (1873-1897), monja carmelita conocida como La Florecilla y también Doctora de la Iglesia, luchaba por mantenerse despierta mientras rezaba. Durante siete años dijo que dormía durante sus horas de oración y sus acciones de gracias después de la Comunión. La clave para desentrañar su espiritualidad, y la sabiduría que podemos aprender de ella sobre la oración, es ésta: Somos niños pequeños ante Dios, que nos ama inmensamente. Por eso, podemos confiar en que nos seguirá amando incluso cuando luchemos y caigamos. Teresa escribió en su autobiografía Historia de un alma: "Recuerdo que los niños pequeños son tan agradables a sus padres cuando duermen como cuando están despiertos; recuerdo también que, cuando operan, los médicos duermen a sus pacientes. Por último, recuerdo que: 'El Señor conoce nuestra debilidad, que tiene presente que no somos más que polvo y ceniza'".

Imagen en blanco y negro de mujeres jóvenes con el rostro levantado en actitud de oración.

Cuando se siente aburrido o distraído mientras reza

San Alfonso de Ligorio (1696-1787), fundador de los Redentoristas, recibió el título de "Doctor de la oración". San Alfonso fue un brillante predicador y escritor, pero supo presentar magistralmente la santidad como algo al alcance de todos. Comprendió las dificultades particulares que tienen los laicos para rezar y dedicó gran parte de su predicación y de sus escritos a ayudarles a crecer en la vida espiritual. En sus Tratados espirituales (n. 385), ofrece este sencillo estímulo: "Esta es, pues, tu respuesta siempre que sientas la tentación de dejar de rezar porque te parece una pérdida de tiempo: 'Estoy aquí para agradar a Dios'".

Persona en silla de ruedas inclinada hacia delante en el respaldo de un banco rezando

Cuando te abruman las dudas, la tristeza y las luchas de la vida

Santa Luisa de Marillac (1591-1660) cuidó de su marido durante una prolongada enfermedad hasta su muerte. Después, sufrió dudas de fe, cuestionó la existencia de Dios, luchó con preocupaciones sobre su hijo y el rechazo de su familia, y se ahogaba en un mar de desesperanza y confusión. Luisa necesitaba apoyo, orientación, dirección espiritual y consuelo para reconducir su oración y su vida. Encontró a Vicente de Paúl, que, como director espiritual, le proporcionó la dirección, la comprensión y la orientación espiritual que necesitaba. Las dificultades de la vida pueden llevarnos también a períodos de duda y desolación: Liderar . Acudir a un amigo o director espiritual y leer buenos libros sobre la vida espiritual puede ayudarnos a encontrar la paz. A los 42 años, cofundó con San Vicente de Paúl las Hijas de la Caridad. Con sus hermanas compartió la sabiduría que adquirió a través de sus propias luchas en la vida espiritual: "Nuestro buen Dios tiene su tiempo y sus momentos para todo". Podemos confiar en que, aunque ahora las cosas no vayan bien, seguro que algún día llegará el momento de la alegría y la paz.

Primer plano de una mujer mayor lavando platos

Cuando no tienes tiempo para rezar

El Hermano Lorenzo de la Resurrección (1614-1691), un joven soldado desencantado que entró en la vida monástica y fue asignado para el resto de su vida a trabajar en la cocina y reparar las sandalias de sus hermanos, es nuestro guía aquí. En el libro La práctica de la presencia de Dios, explica su secreto para practicar la presencia de Dios sin importar dónde estuviera o lo que estuviera haciendo: mantenía una conversación con Dios todo el tiempo. Hablaba con Dios de todo lo que hacía. Cuando tenemos que orar "sobre la marcha", por así decirlo, podemos incluir esta conversación con Dios en nuestros desplazamientos diarios, al remover la avena, al buscar información en Internet, e incluso al consultar el correo electrónico o las redes sociales. La sabiduría del Hermano Lawrence es la siguiente: "Mi única práctica de oración es la atención. Mantengo una conversación habitual, silenciosa y secreta con Dios que me llena de una alegría sobrecogedora".

Joven sentado en un banco con vidrieras de fondo

Cuando te sientes frustrado contigo mismo

San Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra y fundador de las Hermanas de la Visitación, escribió Introducción a la vida devota como guía para la formación espiritual. Uno de los grandes secretos de san Francisco es la mansedumbre. Él mismo luchó con las tempestades de su propio corazón durante muchos años, convirtiéndose gradualmente en alguien conocido por su paciencia y su paz. Esta mansedumbre se convirtió en la característica más fuerte de la sabiduría que compartía en su guía espiritual y en sus escritos. Tenemos que ser mansos primero con nosotros mismos. A veces sucede que cuando nos encontramos cayendo en una debilidad o pecado nos enojamos con nosotros mismos, incluso reprendiéndonos. En lugar de eso, Francisco de Sales nos insta a tratar con nosotros mismos tranquila y pacientemente, sin sorprendernos de nuestra debilidad, porque no es una sorpresa que los débiles caigan. El nos anima, "Cuando hayas caído, levanta tu corazón en quietud, humillándote profundamente ante Dios a causa de tu fragilidad. Laméntate de corazón por haber ofendido a Dios, y comienza de nuevo a cultivar la gracia que te falta con una confianza muy profunda en su misericordia, y con un corazón audaz y valiente."