Envío de misioneros

“Este es mi cuerpo”: Una reflexión sobre mi historia de migración y la Eucaristía

En la Eucaristía, “experimentamos el amor que Cristo nos tiene a nosotros y a todos los demás. En la profundidad de la oración, el amor de Cristo por quienes sufren nos mueve y sensibiliza tanto que las palabras de San Agustín se hacen para nosotros una realidad: ‘El dolor de una persona, incluso del miembro más pequeño, es el dolor de todos’ (Sermo Denis)” (Los Sacramentos y la Misión Social, La Eucaristía: El cuerpo de Cristo, partido y entregado por el mundo, pág. 9). [1] Muchas personas emigran en condiciones de máxima vulnerabilidad buscando asilo y seguridad. En los Estados Unidos, muchos de ellos viven invisiblemente, sin ningún sentido de pertenencia o seguridad. Por lo tanto, es necesario que los migrantes y refugiados se sientan conectados y acogidos y que la comunidad de fieles les encuentre para que experimenten un sentido de sanación, transformación y comunión.

Yo nací y crecí en México. En mi país, no pude terminar la escuela secundaria debido a las dificultades económicas de mi familia. Determinado en reanudar mis estudios y hacer algo bueno de mí mismo, emigré hace veinte años a los Estados Unidos en busca de una mejor vida.  

Personas arrodilladas ante la hostia en una custodia durante la adoración eucarística

Un viaje de vida o muerte

Antes de emprender mi viaje, fui a la capilla de mi pueblo para hablar con Jesús, verdaderamente presente en la Eucaristía y encomendarme a Él. Aunque estaba triste por todo lo que iba a dejar atrás, incluidos mis padres, experimenté un momento de consuelo durante mi contemplación al Señor enfrente al tabernáculo y un viejo crucifijo. Yo sabía que Jesús estaba allí escuchando las alegrías y preocupaciones de mi corazón y mente. Fue un momento muy reconfortante ante el Dios vivo. En medio del silencio que rodeaba la capilla, no me sentía solo.     

Al igual que muchos migrantes que cruzan océanos y desiertos para llegar a la tierra prometida, yo también viajé por cientos de millas a través de México y a través de una angustiosa caminata de siete días por el desierto de Arizona. En el primer día de nuestro viaje, nuestro grupo fue asaltado a punta de pistola. Las personas que nos asaltaron estaban armadas con ametralladoras, tomaron nuestras posesiones y golpearon a algunos miembros de nuestro grupo sin ninguna compasión. El líder del grupo armado se me acercó y me apuntó con un revolver a la cabeza y me preguntó si tenía miedo de morir. En ese momento clamé a Dios en mi corazón: “Señor, ¿será este mi último día? Decidí emigrar en busca de una mejor vida, pero ¿es así como terminará?”

Migrantes con abrigos de invierno y mochilas

Yo tenía tan solo 16 años. Tenía miedo, pero de alguna manera, agarré valor para decirle: “No tienes autoridad sobre mí. No te corresponde a ti decidir si vivo o muero”. Yo sabía en mi corazón, como lo supe en la capilla, que no estaba solo. El ofensor me miró sorprendido por mi respuesta y me pidió que me acostara en el suelo y no abriera los ojos hasta que el grupo armado se hubiese marchado por completo. Mi vida había sido salvada y ni uno solo de mis huesos estaba roto.

Yo había puesto mi fe en El Señor, y Él estaba velando por mí y librándome de todos los problemas y malhechores. Así como David ora en el Salmo 34:

Escucha El Señor al hombre justo,

y lo libra de todas sus congojas.

El Señor no está lejos de sus fieles,

y levanta a las almas abatidas.

Muchas tribulaciones pasa el justo,

pero de todas ellas Dios lo libra.

por los huesos del justo vela Dios,

sin dejar que ninguno se le quiebre (Salmo 34:18-21).

Nuestro refugio, fuente y cumbre de nuestra fe

No pretendo presentarme como un “hombre justo” ni tampoco creo que mi historia es única. Hay millones de historias únicas y tristes de migrantes y refugiados, algunas de las cuales nunca serán contadas por nuestros hermanos y hermanas que nunca llegaron a su destino. Siento un pesar por las vidas que se han perdido ahogadas en los océanos y los cuerpos que han quedado sin enterrar en los desiertos. El costo del sufrimiento humano y el trauma duradero que los migrantes y refugiados experimentan en su viaje es inmenso. Si bien estas experiencias de nuestro viaje humano nos hacen vulnerables, Cristo eleva nuestra vulnerabilidad a través de su sacrificio en la Cruz. En la Eucaristía, nuestras cargas y preocupaciones se transforman en sentimientos de esperanza y gratitud. Como dijo el salmista: “Tu que vivas al amparo del Altísimo y descansas a la sombra del Todopoderoso, dile al Señor: ‘Tu eres mi refugio y fortaleza; tú eres mi Dios y en ti confío’’’ (Salmo 91:1-2).

Primer plano de un crucifijo

A lo largo de los años, he experimentado el inmenso amor, misericordia y acompañamiento de Cristo en la Eucaristía. Él es mi refugio y la fuente de mi vida y ministerio. Estos encuentros con Jesús en el Santo Sacrificio de la Misa también me han llevado a experimentar más profundamente cómo he sido creado a imagen y semejanza de Dios. Es a través de la vida de Cristo y del Misterio Pascual que mi viaje migratorio se comprende mejor y participa del misterio de Dios.

La Eucaristía es la fuente y la cumbre de nuestra vida cristiana y del camino humano hacia lo divino. Cristo es un sacrificio puro a Dios y un don de sí mismo a la humanidad. “A través de Él, con Él y en Él”, nuestra dignidad es restaurada y nuestros corazones son sanados. “A través de Él, con Él y en Él”, nuestra historia migratoria logra su plena realización. “A través de Él, con Él y en Él”, nuestras dificultades, dolores y heridas se unen al sacrificio de amor de Jesús a Dios.

“El sacramento de la Eucaristía es en sí mismo una figura sorprendente y maravillosa de la unidad de la Iglesia, si consideramos cómo en el pan a consagrar muchos granos van a formar un todo, y que en él se nos da el mismo Autor de la gracia sobrenatural, para que a través de Él podamos recibir el espíritu de caridad en el que se nos pide que vivamos ahora ya no nuestra propia vida, sino la vida de Cristo, y amar al Redentor mismo en todos los miembros de su Cuerpo social” (Papa Pío XII, Mystici Corporis, n. 83). En efecto, “La Eucaristía nos acerca cada vez más a Cristo como individuos, pero también lo hace como comunidad” (Los Sacramentos y la Misión Social, La Eucaristía: El cuerpo de Cristo, partido y entregado por el mundo, pág. 9). [2]

Sacerdote sostiene una hostia para distribuirla en la comunión

El poder unificador de la Eucaristía

Como nos recuerda el Papa Francisco, “la presencia de migrantes y refugiados, y de personas vulnerables en general, es una invitación a recuperar algunas de esas dimensiones esenciales de nuestra existencia cristiana y nuestra humanidad que corren el riesgo de ser pasadas por alto en una sociedad próspera”. La Eucaristía se convierte en un llamado para que “cada cual se examine” sobre cómo respondemos a los necesitados: “No hay que olvidar que ‘la ‘mística’ del Sacramento tiene un carácter social’. Cuando quienes comulgan se resisten a dejarse impulsar en un compromiso con los pobres y sufrientes, o consienten distintas formas de división, de desprecio y de inequidad, la Eucaristía es recibida indignamente” (Papa Francisco, Amoris Laetitia, n. 186). Cuanto más elegimos amarnos unos a otros, más plenamente existimos y compartimos el misterio de la vida con Dios. Por el contrario, cuanto más limitamos nuestra relación y aceptación de esas relaciones, más disminuimos nuestra existencia y santidad. Porque, de hecho, cuando Jesús oró al Padre, oró para que todos fueran uno... “como tú, Padre, en mí y yo somos uno” (Jn 17,21). La mejor manera de experimentar y fomentar esta unidad es a través de la recepción de la Sagrada Comunión al recibir el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo; nos convertimos en el Cuerpo de Cristo.

En medio de la realidad actual de mujeres, hombres y niños que arriesgan todo por una mejor vida, recordemos que el Cuerpo de Cristo incluye a los migrantes y refugiados. Compartamos el camino y partamos el pan juntos en la mesa del Señor. Recordemos también que cada migrante y refugiado que encontramos en el camino representan una oportunidad para vivir más plenamente el misterio de la Eucaristía y transformar nuestros propios prejuicios y vulnerabilidades. Oremos también para que nuestros corazones estén en paz y puedan escuchar a Cristo mientras nos susurra desde el altar: “Este es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19).

[1] https://www.usccb.org/prayer-and-worship/sacraments-and-sacramentals/upload/Sacraments-and-Social-Mission-Spanish.pdf
[2] https://www.usccb.org/prayer-and-worship/sacraments-and-sacramentals/upload/Sacraments-and-Social-Mission-Spanish.pdf

Yohan Garcia se desempeña como Gerente de Educación de la Doctrina Social de la Iglesia de la Oficina de Educación y Alcance para el Departamento de Justicia, Paz y Desarrollo Humano en la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Yohan también es profesor adjunto en el Instituto de Estudios Pastorales de la Universidad Loyola de Chicago, donde imparte el curso de Ética Social Católica y Migración.

Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de septiembre de 2004. Todas las citas de los Papas y fuentes del Vaticano, copyright © - Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano. Extractos de La Eucaristía: El Cuerpo de Cristo, partido y entregado por el mundo utilizado en esta obra fueron tomados de Los Sacramentos y la Misión Social, Vivir el Evangelio, Ser Discípulos. Copyright © 2013, 2021, Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Washington, DC. Todos los derechos reservados.