Me preparo para entrar en un gimnasio abarrotado del centro de detención juvenil como hacemos todas las semanas. Suena el timbre final y la pesada puerta se abre. Un gran grupo de chicas grita de emoción y corre hacia nosotros, pero mis ojos se fijan en alguien inmediatamente. Al otro lado del gimnasio se encuentra una de nuestras adolescentes que ha participado en nuestro programa juvenil desde el primer día. Agacha la cabeza y se dirige hacia mí. Le pregunto qué ha pasado y me cuenta una historia de la que obviamente no se siente orgullosa. Cuando termina, la miro a los ojos y le digo que siento verla aquí, porque sé quién es en realidad. Me rompe el corazón verla encerrada. Le digo que debe de ser duro estar aquí porque sé que no es su sitio. Me mira con los ojos llenos de lágrimas y me dice: "Gracias por conocerme. Gracias por saber que soy mejor que esto".
Ser conocido. El simple dolor de todo corazón humano y donde Dios viene más profundamente a nuestro encuentro. Si Dios desea conocernos y amarnos a cada uno de nosotros, también aquí debe comenzar el ministerio. Aunque es un concepto simple, el conocimiento de una persona debe estar al principio, en medio y al final de cada una de nuestras interacciones cuando buscamos discipular a otros en su Jornada hacia Cristo. Antes de que podamos transmitir los hechos de nuestra fe, invitar a alguien a la Iglesia, o esperar que escuchen lo que tenemos que decir, primero debemos tomarnos el tiempo para llegar a conocerlos y caminar junto a ellos donde están. En muchos sentidos, tenemos que ganarnos el derecho a ser escuchados. El discipulado no consiste en registrar un número elevado de personas a las que podamos convencer de que crean en Dios. El discipulado consiste en invertir en las vidas de los demás, demostrando que te preocupas por quiénes son y hacia dónde van, y luego llevarlos a Cristo.
Para comprender mejor la naturaleza del auténtico ministerio y cómo encontrar verdaderamente a los demás, debemos mirar a la Encarnación. Dios siente una pasión única por cada uno de nosotros. Le apasionan nuestras historias, nuestros deseos, nuestros sueños, nuestros dolores, nuestros errores y cada detalle intermedio. Se preocupa tan profundamente por nosotros que se hizo hombre para ser como nosotros, para conocernos aún más. Revela esta verdad innumerables veces en su ministerio: sentado con la mujer junto al pozo, caminando por el largo camino de Emaús, tratando de conocer a la mujer que fue curada por el borde de su manto, y la lista continúa.
Sin embargo, existe una vulnerabilidad inherente al ministerio: cuando nos abrimos a los demás corremos el riesgo real de ser rechazados. Para muchos en el mundo actual, el rechazo es nuestro mayor temor. Preferimos evitar por completo una situación si existe la posibilidad de que se produzca un rechazo. Tememos el rechazo porque, en muchos sentidos, nos hace sentir que no nos conocen. Aquí es donde una vez más debemos mirar a la vida de Cristo. Ni siquiera Jesús se libró del rechazo en sus intentos de atraer a los demás hacia sí, no sólo en la cruz, sino también por parte de la gente con la que caminó durante años. En Cristo, no sólo encontramos ejemplos de rechazo, sino también su respuesta: seguir amando de todos modos. Sigue haciendo el trabajo, sigue apareciendo, y nunca dejes de encontrar nuevas formas de amar bien a los demás.
Podemos estar seguros de algunas cosas cuando se trata del ministerio. En primer lugar, a veces seremos rechazados. No todos aceptarán el Evangelio inmediatamente, o en absoluto. En segundo lugar, Cristo está presente en nuestro rechazo, instándonos a no desanimarnos. Podemos pensar en las innumerables veces que nosotros mismos hemos rechazado a Dios, y podemos recordar que el corazón humano siempre es capaz de volver a Él, por muy lejos que se haya extraviado. Y, por último, podemos poner nuestra esperanza en el hecho de que, como ministros de los demás, nuestro papel consiste simplemente en ofrecer oportunidades de encuentro, plantar semillas, seguir apareciendo y dejar que Dios se encargue del resto.
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Al igual que Jesús fue un vagabundo durante su ministerio terrenal, vagando por los márgenes de la sociedad para llevar a casa a los vagabundos, nuestros misioneros siguen su ejemplo y llevan la Buena Nueva a los que el mundo ignora. Los misioneros de Vagabond entablan amistad con adolescentes de comunidades urbanas y de barrios marginales y les prestan servicio a través de programas semanales, actividades de divulgación y tutorías personales. Vagabond atiende a adolescentes en 13 lugares de 9 ciudades diferentes de todo el país.